Desapareció el teatro aficionado en Tenerife de otros tiempos. Agrupaciones independientes mantuvieron durante años, en los barrios de Santa Cruz, la afición teatral. Sólo queda en pie de aquella época el Teatro Guimerá, exponente ahora de una actividad programada desde arriba. Mas en él no caben ya los grupos aficionados. Pero estupendo que hayan nacido salas teatrales en pueblos de la isla: Tejina, Tacoronte, El Sauzal, Guía de Isora, Los Cristianos… Y antes que se pierdan todos los recuerdos podría surgir la idea de crear un museo o centro de documentación teatral, porque está por hacerse una recopilación de las historias individual y social que se produjeron en torno al Guimerá, Círculo de Bellas Artes, Paraninfo, Teatro Leal, el Viera y Clavijo, el XII de Enero… aunque muchas aportaciones sustanciales han hecho determinados estudiosos del acontecer teatral insular, como es el caso de Francisco Martínez Viera (Anales del teatro de Tenerife), Domingo Pérez Minik, Rafael Fernández Hernández, Manuel Perdomo Afonso, Sebastián Padrón Acosta, Luis Alemany, Salvador Martín Montenegro, Alfonso Morales y Morales, Jorge Rodríguez Padrón… El magnífico actor Tito Galván Tudela nos recordaba que don Gregorio Chic, quien estuvo de Primer Portero en el Teatro Guimerá desde 1930 hasta el 61, recopiló y dejó para la posteridad un generoso legado de valor intangible incalculable reunido en veintitrés volúmenes: ¡muchos programas y fotografías depositó en el Archivo Municipal!
Con sus avatares, gloria y penurias, desde hace ya 156 años, en el Guimerá han actuado famosos actores, actrices, cantantes y músicos. Traigo al papel algunos pocos nombres que ya no les dirá mucho a algunos, pero hay que nombrarlos: Estrellita Castro, Marcos Redondo, Enrique Borrás, Mariano Ozores, Alfredo Kraus, María del Carmen Prendes, Carlos Lemos, Alejandro Ulloa, Antonio Machín (debutó el sábado de gloria 8 de abril de 1950), Guadalupe Muñoz Sampedro, (madre de Luchy Soto y Luis Peña), Analía Gadé, Pastor Serrador, la tinerfeña de voz de oro Matilde Martín. Tres veces actuó la legendaria actriz María Guerrero, quien impusiera definitivamente en España que las luces de sala se mantuvieran apagadas durante toda la representación, hasta que llegamos a los artistas experimentales de sesenta, y las volvimos a encender para obligar a participar al público en nuestros juegos de provocación… Maruchi Fresno, Amparo Rivelles, Pepita Serrador y su hijo Narciso, Adolfo Marsillach, Nuria Espert, José Bódalo, Berta Riaza, y muchos más…
Y ha sido ese edificio en el que también se desarrolló la producción generada en la isla y donde muchos de nosotros, cuando asumimos la entrega teatral, nos movimos en su escenario y, aunque sólo sea por la devoción y respeto debidos me vienen a la memoria nombres de quienes estuvieron sobre las tablas de su espacio escénico, fueran actor, autor o director: Eloy Díaz de la Barreda, Teresita Corbella, Manuel Escalera, Emilio Sánchez Ortíz, Yamil Omar, José Luis Fajardo, José Manuel Cervino, Paco Álvarez Galván, Pascual Arroyo, José Luis Maury, Elfidio Alonso, Gilberto Alemán, Maite Acarreta, José Luis García, Vicente Fuentes, Jacinto del Rosario, Fabry Díaz, Francis del Rosario, Domingo Velázquez, Fernando H. Guzmán, Ignacio García Talavera, Eduardo y Ángel Camacho, Marisol Marín, Agustín Paredes, Tito Galván, Sabas Martín, Celia Castro, Cipriano Lorenzo, Eusebio E. Galván…
Estos son sólo algunos nombres con los que convivió mi generación, y se quedan otros por reseñar porque es grande la lista, y lo será ajustada cuando se levante acta incluyendo también a directores, críticos y autores, programadores, responsables de las políticas teatrales y los públicos, a los porteros y técnicos, carpinteros y tramoyistas, a los maquinistas e iluminadores…
En 1971 la especulación del suelo amenazó al Guimerá de demolición junto a la Recova Vieja para construir aparcamientos. Se hubiese repetido la lamentable desamortización, cuando en 1836 se les enajenó a los dominicos el Convento de Santo Domingo. Aunque parezca exagerado, me recuerda ese intento a las terribles maneras de las guerras de depredación étnica, levantando muros o cuando centros artísticos y de la cultura se transforman en objetivos prioritarios de la destrucción por parte del poderoso enemigo: lugares y obras de arte colectivas son destruidas porque precisamente forman parte de la identidad (inviolable) de los pueblos. Así los egipcios, conscientes de su gran patrimonio, están tutelando sus museos de la barbarie colectiva, aunque no pudo detenerse la de los grandes especuladores de los museos milenarios de Irak cuando entraron a saco en el país en la indecente ocupación orquestada por occidente hace tan pocos años. ¿Y quién no conserva aun el terrible recuerdo de Yugoslavia; de los Budas de Bamiyan, o Palestina y Líbano? Cualquier tipo de olvido consentido o ignorancia contra nuestros intangibles, también derriban nuestras señas de identidad