Arenal es una pieza importante. No solamente por su belleza formal, su alegría mediterránea, sus colores terracota o su acoplamiento a esos cantos de faena interpretados, todavía hoy, con desgarro telúrico por María del Mar Bonet. Tampoco lo es únicamente por su indiscutible buen gusto e ingenio coreográfico, con sus pas de deux,tríos y cuartetos de velocidades imposibles, ni por su capacidad para despertar simultáneamente en escenario y platea el goce de bailar y ver bailar. Esas cualidades las tuvo siempre, desde el mismo día de su estreno en La Haya para el Nederlands Dans Theater 2 , en 1988. Pero el tiempo la ha redimensionado. La ha hecho crecer hasta convertirla -junto a Jardí Tancat, la primera de todas-, en referencia, referente y verificación de un genuino lenguaje de danza que nació sofisticado.
Arenal es la quintaesencia del vasto vocabulario coreográfico de Nacho Duato (Valencia, 1957) y con ella, se ha despedido de Madrid como director artístico de la Compañía Nacional de Danza (CND), donde ha cerrado un ciclo de 20 años exactos. La representación de anoche aunó la fiesta de cumpleaños y el ritual de despedida en el escenario de un teatro que le es entrañable, el de la Zarzuela de Madrid, donde se produjeron sus grandes estrenos y donde se ganó a fuerza de sensibilidad y perseverancia a una amplia audiencia que se convirtió en incondicional. Y para esa ocasión especial ha mirado el coreógrafo hacia atrás como regresando a sus propios orígenes, incluso antes de su huracanada llegada a España en 1990, cuando fue llamado para dar un giro de timón al entonces Ballet Lírico Nacional, que dirigía la diva rusa Maya Plisetskaya. A pesar de que anoche todo transcurría en un ambiente cálido y emotivo, tormentosa ha sido también su salida forzosamente voluntaria, aunque ciertamente más educada y menos sonora que su intempestiva y rotunda llegada. Vaivenes políticos, buenas dosis de arrogancia, declaraciones sensatas y declaraciones malcriadas no siempre prudentes, rumores que fueron y vinieron por los despachos de nada menos que nueve ministros de Cultura, que le hizo parecer imbatible, y una proyección a veces excesiva y por momentos equivocada de su imagen pública, convirtieron a Nacho Duato en señalado enfant terrible.
Con demasiada frecuencia estos aspectos periféricos han tenido más eco mediático que los logros artísticos: como la conversión de la CND en embajador cultural español en todo el mundo; su asentamiento como uno de los grandes coreógrafos neoclásicos del siglo XX; su voluntad de montar en España un repertorio de grandes coreógrafos internacionales; crear una plataforma como la CND2, importante caldo de cultivo para jóvenes bailarines en transición hacia la vida profesional o estimular la creación entre los miembros de su siempre disciplinada compañía.
De hecho, anoche, junto a sus dos piezas de la nostalgia (la otra fue la emotiva Remansos,miniatura coreográfica que talla en seis cuerpos toda la sensibilidad del inspirado piano de Granados), tuvo lugar el estreno mundial de Aksak, obra de ecos balcánicos de Gentian Dodda, prometedor coreógrafo que se inició en el CND.
Pero lo más relevante quizá de estos 20 años es que, entre aquel ya lejano estreno deArenal, que fue su carta de presentación de la compañía en 1990, y esta emotiva función de despedida de anoche, es el modo en que el lenguaje artístico de Nacho Duato ha ido avanzando sistemáticamente con pie seguro hacia la madurez y la plenitud.
Hay obras grandes y obras menores, algunas descentradas y otras oscuras, difíciles, menos logradas. Puede que algunos de los trabajos más densos, personales y arriesgados de su último periodo (Hevel, Cobalto, Kol Nidre o la misma El jardín infinito, su última gran producción para la CND con la que hará mutis internacional en Rusia este verano) parezcan ajenos. Y que no complazcan a sus audiencias de siempre, las que admiraron y ovacionaron trabajos más lúdicos como Coming together, Rassemblement o ese Romeo y Julieta, auténtica y aplaudida rareza narrativa en su repertorio, ni a las que se emocionaron hasta las lágrimas con piezas más sociales, espirituales o espectaculares como la fundamental Multiplicidad. Formas de silencio y vacío, Por vos muero, Herrumbre, O Domina Nostra o White Drakness. Pero, en cualquier caso, las 48 obras que ha montado para la CND, las de menor y las de mayor acierto, se imbrican con lógica en un entramado coherente, y vistas en conjunto son consecuentes, aunque no siempre complacientes.
No existiría la mesura, calculada tranquilidad y auténtica profundidad de El jardín infinito de no haber pasado antes por la experiencia festiva y deslumbrante de Jardí Tancat. Hay que celebrar, pues, que haya habido riesgo, que todo no haya sido fácil acomodaticio ni predecible. Aunque tras la velada de ayer nos quedó la sensación de que, hace 20 años, Duato nos trajo Arenal y anoche se la llevó.